La Tradición [Judía] de Abofetear a Nuestras Hijas
por Caren Appel-Slingbaum
Traducido por María García
©2007 María García
(www.maria-garcia.com.ar)
La primera vez que tuve mi período mi madre me cruzó el
rostro con una cachetada. En realidad, fue mucho más que un enérgico
golpe, fue más bien la despedida de las relaciones cariñosas
a las que estábamos acostumbradas, al punto de preguntarle qué
es lo que estaba sucediendo. Ella me dijo que se trataba de una antigua
costumbre judía* (minhag, en hebreo),
que ya su madre había perpetrado con incluso mucho más fervor.
Sin embargo, más allá de eso desconocía el tema en
profundidad.
Quizás el propósito original fuera el del ?despabilar el
buen juicio? en una chica recientemente fértil como advertencia para
que no desgraciara a su familia con un embarazo fuera del matrimonio. Posiblemente
se intentara ?despertarla? del adormecimiento de la infancia hacia su rol
de mujer judía adulta. Le pregunté a mi madre sobre los motivos
folclóricos que pudieren existir tras esta costumbre, pero lo único
que obtuve fue una expresión vacía y un encogimiento de hombros
como única respuesta.
A pesar de que se me dispensó de la completa brutalidad del ritual,
aún así consideré la costumbre como violenta y hasta
salvaje. ¿Acaso era el abofeteo de una jovencita luego de su menarca
una práctica religiosa instituida o parte de alguna antigua tradición
proveniente de algún schtetl (aldea judía) de tierra adentro,
una de las que nos fueron legadas junto al candelabro de plata y las mantillas
para el rezo?
Mientras que por un lado muchos rabinos me han asegurado que esta costumbre
del cacheteo no se compadece con la ley judía, o halakhah, es de
todas maneras una tradición que ha sido bien conservada y alimentada
de una u otra manera por generaciones. Tal vez esta costumbre del cacheteo
(como he empezado a llamarla) puede no haber sido enseñada en las
escuelas hebreas o en los sermones de las sinagogas, pero igual ha afectado
la vida de muchas mujeres judías. ¿Es abofetear nuestras mujeres
el equivalente al rito del pasaje a la edad adulta como lo es para un varón
el Bar Mitzvah? ¿Sirve para algo abofetear una mujer ahora que ellas
también pueden tener su Bat Mitzvah? Pregunto porque, a pesar de
nuestra modernidad, continuamos golpeándonos unos a los otros.
Supongo que debería estar agradecida. Al menos mi religión
no practica ni la infibulación ni la cliterectomía.**
Aun así, una bofetada ?como cualquier acto brutal- trae consigo
culpa y humillación. ¿Por qué deberíamos poner
en el mismo nivel esas emociones con nuestros cuerpos y el devenir de nuestra
sangre? Nuestra sangre. Desde la menarca pasando por la maternidad, desde
la maternidad a la menopausia, la sangre que fluye de nuestras entrañas
y se desliza entre nuestras piernas representa la marca psico-fisiológica
de la vida de las mujeres. Nuestras hermanas paganas describen con elocuencia
estos símbolos representados en arquetipos femeninos: Doncella, Madre
y Arpía.
Las nuevas religiones ?y las ramas más ?radicales? de las tradicionales-
entienden que la sangre es más que una mancha oscura en la ropa interior.
Es el modo que tiene nuestro cuerpo de indicarle a nuestras mentes y corazones
que se detenga por un momento para rendir honores al paso del tiempo en
el que circunstancialmente vivimos. Debemos considerar nuestra sangre ?su
comienzo y su cesación- como sagrada porque representa no sólo
los umbrales de entrada y salida en la esfera de lo mortal, sino que encarna
el estado metafísico de la feminidad en el cual vivimos y, eso espero,
celebramos en este mismo instante.
Mi primera menstruación fue incluso más significativa para
mí que mi Bat Mitzvah porque mi cuerpo fue el único juez de
mi ingreso en la pubertad ?no lo fueron los dos hombres de más de
sesenta (el rabino y el cantor) quienes proclamaban tras mi lectura de la
Torá que desde entonces yo era una mujer a los ojos de Dios. Me recuerdo
de pie frente a la congregación sintiéndome completamente
avergonzada y aturdida porque en mi fuero íntimo, yo todavía
me sentía muy niña. Sin embargo, para cuando tuve mi período
seis meses después, me sentía más confiada con mi inminente
adolescencia y los cambios de mi cuerpo. Yo, a diferencia de muchas de mis
pares, en realidad adoraba mis caderas en expansión y mis curvas
en desarrollo. Yo pensaba que eso era de lo que se trataba convertirse en
una mujer. Y mientras que no era todavía una ?mujer? con todas las
letras, sin duda ya no me sentía más como si fuera una pequeña
niña. Mi cuerpo estaba en perfecta sincronía con mi psiquis
al momento de hacer visible esta nueva etapa de mi desenvolvimiento total
?y mi cuerpo lo demarcaba con audacia por medio de mi sangre.
A algunas mujeres judías no las cachetearon. Sus madres les dijeron
que no tenían porqué soportar un ritual tan ridículo.
Aún así, y a pesar de que se les evitó este ?roce de
pieles?, a muchas se les enseñó a considerar sus cuerpos,
su fertilidad y su sangre potencialmente perversos y cargados de culpa.
Yo compartí mi historia ?a través de un grupo de estudios
sobre la mujer- y pedí a otras que brindaran sus propias experiencias.
La escritora Marge Piercy me contó que a pesar de que su madre se
había negado a cachetearla (tal y como su abuela había hecho
con su madre), aún así la obligó a quemar sus toallas
sanitarias luego de haberlas usado. También la mantuvo alejada del
vino durante la fermentación y de la masa en proceso de levar porque
sostenía que una mujer durante su menstruación podía
agriar el vino e impedir que el pan levara.
En las memorias de Kate Simon, Bronx Primitive, cuenta que su madre la
abofeteaba para resguardarla del mal de ojo [lo cual representa una marcada
tradición en muchas culturas]. Esto, a pesar de la liberalidad de
su madre demostrada por el hecho de haber enviado a Simon a la universidad
durante una época en la que no era considerado ortodoxo.
La profesora adjunta de la Universidad del Sur de Maine, Kathleen J.
Wininger, fue abofeteada por su abuela judía rumana luego de que
ella le hubiera anunciado que había tenido su primer período.
?Años más tarde, cuando filmaba a mi madre para un documental
que estaba realizando sobre madres e hijas le pregunté sobre este
angustiante episodio. En un primerísimo plano y en estado que podría
definir de sufrimiento mental, ella pensó y pensó. Por fin
su rostro se iluminó mientras que yo estaba a punto de recibir la
respuesta por la que había sentido tanta curiosidad. Con gran excitación
me dijo: ?¡NO LO SÉ!? Agregó algo que se acerca un poco
al efecto de: Es una costumbre, una superstición, ¿es para
la buena suerte? ¡No me preguntes porqué una es abofeteada!
¡SIMPLEMENTE ES ASÍ!?
También recibí un correo electrónico de la socióloga
norteamericana Maxine Craig, quien en este momento reside en Papúa,
Nueva Guinea. Ella me contó que entre los nativos habitantes de Simbu
se acostumbra construir chozas menstruales para las mujeres. Ella explicó
que la choza no sirve a los fines de marginar a las ?contaminadas?, sino
que constituye más bien un ámbito positivo para una mujer
y también un lugar para tomarse un descanso de sus trabajos habituales.***
Por lo que a mí respecta, hace casi diez meses que di a luz mi
primer bebé, una hermosa hija llamada Hunter Victoria. Ahora debo
plantearme una cuestión incluso más crucial que los orígenes
de la costumbre de la cachetada.
¿La voy a cachetear, o apenas rozar luego de su menarca?
Mi respuesta es no, claro que no. Sin embargo le voy a contar mi historia
y la de mi madre y algunas otras que las mujeres que se me cruzaron por
el camino me han contado. Y voy a enfatizar por un lado el hecho que el
cuerpo de una mujer puede ser considerado desde un punto de vista insano,
incluso por su poseedora.
También le voy a remarcar el hecho que no debe caer en la línea
de montaje de la conformidad ?en especial aquella que la aliena de cualquier
aspecto de su propio ser, inclusive si lleva los ropajes de un ritual socio-religioso.
Siempre se debe cuestionar la intención que subyace bajo el acto
porque cuando se lleva a cabo el ritual ?aunque sea sin muchas ganas- se
le entrega el propio poder, y las mujeres poseemos un inconmensurable poder
encarnado en nuestros conocimientos, nuestras palabras, y en definitiva,
nuestra sangre. Sólo deberíamos canalizar ese poder hacia
las costumbres y rituales que nos honran adecuadamente.
Me siento afortunada porque mi religión ha ido cambiando con el
tiempo, en gran parte gracias al movimiento de Renovación Judía.
Quizás demasiadas mujeres ya fueron abofeteadas y se cansaron de
ser parte de una cultura religiosa que no respetaba cada uno de los aspectos
de su feminidad. Lo más probable luego de la primera menstruación
de Hunter es que la lleve a nuestro rabino de Renovación Judía
y celebremos cu cuerpo en vez de demonizarlo.
Tal vez amplíe mi propia visión del mundo y tome prestado
lo mejor de todas las culturas, conservando la mía como la base.
Creo que voy a comenzar construyéndole una choza menstrual en el
patio. De ese modo, cuando ella esté lista, ella vendrá y
juntas entraremos en la choza. Vamos a rendir honores a esa nueva etapa
de su vida ?y quizás hasta hacer un par de bocadillos símores
y bromear junto a una improvisada fogata hasta bien entrada la noche.
Y no va a haber ninguna otra forma de violencia en nuestro linaje.
Un día entonces, luego de que sus hijas hayan estado crecidas
y a su vez estén criando a sus hijas, continuarán este ciclo
de celebración y ni siquiera se darán cuenta que lo que ven
como tradición fue un día considerado revolucionario.
Notas
* una ashkenazic, costumbre de las
Europas central y del este.
** la mutilación y a veces
extracción de partes de la vulva y su posterior cierre por medio
de la costura y remoción del clítoris, practicado por ciertas
culturas en la actualidad.
*** algunas culturas tratan a la
mujer que está menstruando como impura y consideran que debe ser
segregada en chozas menstruales. Leer los comentarios de Sally Price sobre
su prolongada experiencia en Surinam, América del Sur.
© 2000 Caren Appel-Slingbaum
Caren Appel-Slingbaum actualmente trabaja como administradora para la
National Endowment for the Humanities?s Summer Institute on Disability Studies
en la Universidad de San Franciso, E.U. Asimismo estudia para conseguir
el doctorado en Historia de la mujer americana. Reside en la zona de la
bahía de San Francisco con su esposo y su pequeña niña.
Una persona envió por correo electrónico en noviembre de
2005:
No sólo los judíos ashkenazic [judíos de la Europa
central y del este] tienen/tenían la costumbre de abofetear a las
jóvenes frente a la presencia de su menarca. Es una antigua costumbre
eslava, a pesar de que en la tradición eslava era el padre y no la
madre quien daba la bofetada. Sospecho que la costumbre de los ashkenazic
deriva de aquélla, aunque entre los judíos debía ser
una mujer la que diera la bofetada debido a las leyes de niddah.
Mi madre eslava, quien se convirtió al judaísmo, jamás
me abofeteó, ni su padre la abofeteó a ella, pero fue ella
quien me contó originalmente sobre esta costumbre. Como me explicaron,
el propósito del abofeteo (al menos entre los eslavos) era el de
provocar una acceso repentino de sangre en las mejillas de la joven de modo
que no sangrara con exceso en su torso inferior. Durante mis frecuentes
viajes a Europa del este he observado, más que nada en los pequeños
pueblos y en las áreas rurales, que existen numerosas costumbres
populares eslavas que se asemejan bastante a las de los judíos ashkenazic,
con que esta explicación al menos tiene tanto sentido como cualquier
otra, si no más, considerando que hasta donde yo sé, no existe
una creencia sobre ?impureza? menstrual entre los eslavos (cristiana o pagana)
que sea comparable a la que los judíos tradicionales sostienen y
practican.
©2007 Traducido por María García
(www.maria-garcia.com.ar)
See a 1959 Midol pain-pill booklet recommending douching
See an older American douche syringe and read
what a woman once famous in "feminine hygiene" wrote about douching.
And see a still older American douche set, Mon
Docteur (My Doctor in French) with instructions, from about 1929.
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